De este lado de las palabras, al otro lado de las novelas, en el mundo ficticio de los personajes.
Sois bienvenidos, visitantes, y desde el otro lado de las páginas de una novela en blanco, os invito a tomar asiento y pasar un buen rato.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Aliado de las sombras.

Este relato no es ni mucho menos navideño. Podría escribir una magnífica entrada hablando de los buenísimos amigos que he hecho con el año, de lo mucho que los quiero y de que deseo un año feliz y próspero a todos, pero prefiero hacerlo en otro momento y colgar hoy un relato que, para mí y para muchos, es el favorito. 
Ha sido corregido más o menos, cosa que nunca hago con los relatos. No es navideño, pero si queréis ubicarlo en el contexto navideño por el motivo que sea, podéis imaginar que hay árboles de navidad en las esquinas y decoración navideña en los tejados.
Aquellos que tengan curiosidad por leerlo en su estado original, antes de la corrección, pueden verlo aquí, el blog de un buen amigo que siempre recomendaré.
Espero que os guste.

Aliado de las sombras.
Oscurece, es la hora de empezar a trabajar, tienes que prepararte. Necesitas tomar algo, un trago de algo fuerte que te prepare para lo que debes hacer, así que cruzas las embarradas calles. Nadie te mira, no hay ojos que observen tu silenciosa marcha, eres una sombra en medio de la noche, embozado en una negra capa que te oculta por entero. Nadie puede ver tu pelo castaño, recogido para que no se convierta en una molestia, sólo tus ojos, ojos de hielo, fríos y casi muertos, es todo lo que dejas ver. Estás lejos de tu hogar, si es que alguna vez tuviste un sitio al que llamar así.
Entras a la posada, cruzas la puerta sin llamar la atención, manteniendo la vista apartada de los clientes, no deseas que nadie te recuerde, que nadie te mire. Te alejas de los parroquianos, que siguen con sus bebidas y sus distracciones, no te interesan, tienes demasiado por delante y no puedes distraerte con necedades, así que escoges una mesa apartada, casi escondida en un rincón.
Sientes los pasos acercarse, tu instinto hace que la mano busque el calor de la empuñadura, el tacto te tranquiliza y miras al frente, se acerca el dueño con una sonrisa, apartas la mano de la empuñadura, no debes delatarte, aún no.
Atiendes a los ruidos del local, montones de sonidos diferentes y ninguno te parece una amenaza, por lo que respiras con más tranquilidad ahora, estás preocupado pero sabes que llevas las de ganar.
-¿Qué le sirvo?
El camarero tiene una voz cascada por los años, lo miras un momento y apartas la vista antes de perderte en su mirada.
-Algo fuerte –dices sin más.
El hombre te mira, te está mirando con atención, eres un forastero y siente curiosidad. Eso te pone nervioso, pero estás acostumbrado, siempre de un lado a otro, con esas ropas oscuras, escondido dentro de ellas para evitar miradas ajenas.
Sigues siendo un fantasma para todos, siempre lo has sido.
Cuando el posadero se aleja, te calmas, sólo tienes un nombre en la cabeza: Thomas. Es poco, un nombre acompañado de una descripción y la primera parte del pago, es todo lo que te han dado. Es sencillo, cinco mil ahora y cinco mil cuando el trabajo esté terminado. Tu instinto te hace evitar pensar en ello de nuevo, ya has pasado muchas veces por ello, porque Thomas no es más que un nombre ahora, no sabes si es un hombre bueno o un diablo, no sabes si tiene familia, hijos, padres, amigos…
Un largo trago te devuelve la calma, siempre lo hace, te templa los nervios y calma tus temores.
No en vano te dedicas a esto, diez mil es una suma tentadora, podrás descansar una buena temporada con un pago así, estarás más tranquilo si Thomas no es más que un nombre con una descripción.
Es tu vida, así la has vivido siempre. La bebida te da calor, sin embargo, por mucho que intentas marcar en tu cabeza a fuego que no es más que un nombre, sabes que no es así, ya sabes que cuando recibas la otra parte del pago te vas a sentir más vil.
Rompiendo tus propias reglas, dejas que tu mirada recorra la posada, un edificio piedra y madera, antiguo como la misma ciudad, lleno de gente que charla animadamente, lejos de ti. Para ellos no existes, te miran pero no logran verte, intentan deducir quién eres pero no les importas.
Tus ojos se detienen, cruzándose con los ojos de una muchacha, una chiquilla de hermosa sonrisa que te mira. Tratas de apartar la vista, eres atractivo, pero no tienes tiempo ni deseos de divertirte.
Aunque ya no estás mirando sus ojos, los sigues viendo, clavados en ti, con esa sonrisa pura en sus labios. Te pones nervioso, no te gusta eso que estás viendo, parece que haya reproche en sus ojos. Tal vez sea hija de Thomas, o incluso hermana, prefieres no pensar en ello, no lo logras y te pones aún más nervioso, sabiendo que te mira.
“Ni mujeres ni niños”, piensas. Es la premisa por la que has regido tu vida, la única norma que has seguido durante todos tus años, firme asidero mientras pasaban nombres de personas y dinero.
De un trago terminas la bebida, dejas una moneda en la mesa y te levantas. Sales deprisa del local, estás nervioso, asustado, preocupado como pocas veces por culpa de esos ojos tan bonitos.
Respiras, el aire fresco de la calle entra en tus pulmones, cada bocanada de aire ayuda a alejar esa sensación, lentamente vuelves a ser tú, recuperas la frialdad, dejas de pensar en los ojos, ya no los ves, aunque tu mente no deja de repetir una letanía que empieza a resonar dentro de tu cabeza, no dejas de pensar en el maldito nombre.
Te colocas bien la capucha, vuelves a ser una sombra y respiras más tranquilo. Sabes que al amanecer todos recordaran al forastero, pero no te importa, cuando salga el sol te habrás marchado, estarás muy lejos.
Mira al cielo, hay una hermosa luna y miles de estrellas sobre tu cabeza, más allá de los tejados. Cualquier novato se habría subido a un tejado de esos para llegar a su destino sin ser
visto, pero eres un experto, prefieres recorrer las calles embarradas, como si lo hubieses hecho durante cada uno de los días de tu existencia, como si estuvieses recorriendo las calles de tu ciudad, poniendo cuidado en no pisar los surcos dejados por los carros.
Te pierdes entre las callejuelas, no sabes el camino pero es más seguro, no dudas de que encontrarás la casa que buscas. Caminas con la luna como único candelero, que te alumbra el camino como una fiel amiga, por eso prefieres trabajar las noches en las que brilla la luna, porque es una buena cómplice.
Detienes tus pasos, atento a una casa, la titilante luz de una lámpara deja ver que hay gente en el interior, atiendes a la fachada y reconoces las señas, cuadra con la descripción, es el lugar al que debes llegar.
Sólo te queda cruzarte con Thomas, el nombre gana fuerzas a medida que te acercas a la fachada, ahora Thomas tiene una casa, lentamente se convierte en una persona, dentro de tu cabeza va adquiriendo huesos, carne y, sobre todo, mucha sangre.
Observas los alrededores, hay un muro que te puede servir, así que saltas sobre este con la agilidad de un gato y esperas. Hay un ruido, parecen pasos. Te zambulles entre las sombras para esconderte mientras una patrulla se acerca, no has hecho nada que te delate, sólo es rutina.
Atiendes a los sonidos que te rodean, sabes que tienes que ser cauteloso, sobre todo ahora.
Se han ido, te incorporas sobre el muro y miras la fachada. Al lado de la ventana iluminada hay otra, no hay luces pero está abierta. Es fácil para ti, alcanzas la ventana y, antes de saltar al interior de la casa, te quitas las botas, llenas de barro, no es profesional dejar huellas por toda la casa.
Te detienes antes de saltar dentro, sabes que cuando pongas los pies dentro de esa casa, Thomas no será un nombre, te encontrarás con una persona de verdad.
La habitación es pequeña, está a oscuras pero no es problema. Tu instinto te advierte de que alguien respira cerca, hay muebles pero descubres a un crío que duerme, no es más que un bebé, una criatura que no es consciente del daño que te hace su sola existencia: ahora Thomas es también padre.
No hay felino que te supere en avanzar sin hacer ruido, caminas hasta la puerta, entreabierta, y lentamente, sujetándola con ambas manos para evitar los crujidos, la abres un poco más, suficiente para que tu delgado cuerpo cruce al otro lado.
Se oye perfectamente una charla, distingues una voz de hombre y otra de mujer, estás seguro de que se trata de la persona a la que buscas y la madre del bebé. Debes reconocer el lugar y asomas la cabeza.
Un hombre de aspecto pulcro bebe mientras revisa unos documentos sentado a la mesa, la mujer, está al otro lado de la sala, guardando algo. Están de espaldas los dos, puedes ver la rubia melena de la esposa, es joven aún. Puedes ver también el mobiliario, la casa haría las delicias de cualquier ladrón, pero tú no eres tan vulgar, aún tienes dignidad.
El llanto del bebé te hace ocultarte rápidamente, con el corazón alterado por la sorpresa. Oyes los pasos de la mujer que se acerca cruzando la sala contigua, tienes poco tiempo y te colocas tras la puerta, hay sitio y suficiente oscuridad para refugiarte allí. Ella pasa por delante de ti, sin mirarte, nadie se percata de tu presencia nunca. Se acerca al pequeño y aprovechas para salir de la estancia una vez más. La voz de la mujer trata de calmar al niño, una voz tan dulce que te hace sentir más ruin que nunca.
Con las botas sujetas a tu cintura, avanzas descalzo por la sala. Thomas no mira en tu dirección, nadie se percata nunca de tu presencia, eres un mero fantasma, una sombra que no llegan a detectar. Oyes la voz de la mujer, sigue con el niño, mientras siga con él, estás a salvo.
No te cuesta trabajo colocarte a la espalda de Thomas, sigue distraído. Con un veloz movimiento le cubres la boca con una mano, la otra aparece del otro lado sosteniendo un afilado cuchillo de hoja curva, que se posa contra el cuello del desgraciado.
Tiembla, está aterrado e intenta luchar, pero es débil, no puede zafarse de tu agarre y haces un pequeño corte en su piel para asustarlo, deja de debatirse al momento.
-Te voy a hacer una pregunta, sólo una, quiero que respondas rápido, no trates de alertar a tu esposa o tendré que mataros –avisas empleando un tono gélido-. ¿Cómo te llamas?
Apartas la mano lentamente, sabes perfectamente lo que sucederá a continuación, es Thomas, no tienes dudas, encaja con las señas que has recibido. Notas los latidos desbocados de su corazón, está aterrorizado. Jamás matarías a esa mujer, aunque Thomas gritase, pero prefieres asegurarte de que es él.
Percibes sus deseos de gritar, su corazón late tan fuerte que, por un momento, temes que le estalle en el pecho, está sudando, suda mucho y le tiemblan las manos. Es Thomas, ahora es de carne y hueso, está delante de ti lo tienes dominado, pese a tu conciencia, no te tiemblas las manos.
-Me llamo Thomas Vheck, señor –responde con un tono extraño, demasiado aterrado.
Le cubres la boca de nuevo, es él. Aprietas un poco el cuchillo contra su cuello y dejas que la hoja resbale por el cuello. Se debate, empieza a luchar para liberarse pero la sangre, caliente y pegajosa, ya corre entre tus dedos. Sujetas con fuerza su cabeza, evitando que haga ruidos innecesarios. Está muerto, acabas de terminar con la vida de Thomas.
El llanto del niño no se oye, se ahoga la voz de la mujer y entiendes que debes escapar ya. Sientes lástima por ella, es joven aún, te duele que por tu culpa deba encontrarse con tal espectáculo ahora. Casi con mimo, delicadamente, dejas la cabeza del hombre sobre la mesa, apoyada, y saltas por la ventana, descolgándote sobre el muro. Agarras las botas y te las calzas rápidamente.
Oyes el chillido de la mujer y saltas a un tejado, ahora sí te interesa escapar rápido sin que te vean, no puedes cruzar por las calles, pronto se llenarán de guardias y curiosos. La sangre de Thomas aún te mancha los dedos, nunca te ha gustado el tacto, pero no te importa mucho cuando corres, alejándote de los escalofriantes gritos que rompen la noche.
Thomas ya no es un nombre, es un cadáver, un hombre muerto que deja una viuda y un huérfano. Te sientes miserable, en cierto modo envidias a ese hombre, al que acabas de matar. Está muerto, pero tiene quien le llore, tiene alguien que le recordará. Tú no, sólo eres un asesino, una sombra que no ama ni tiene quien le ame, un fantasma solitario que se pierde en medio de la noche. Es tu oficio, y mientras desapareces, sólo hay una cosa que te pasa por la cabeza:
“Es sencillo, cinco mil ahora y cinco mil cuando el trabajo esté terminado”.